Porsche Cayman

Un modelo único y genial, pero sólo para entendidos en materia automotriz. Virtudes escondidas, y un enemigo íntimo definen al Cayman tal cual es.

Pruebas | conduciendo | 04/02/2008 | Compartir

La aparición del baby Porsche, como se lo conoce al Boxster, les demostró a los escépticos que un Porsche sí podía ser pequeño, refinado y medianamente accesible. La primera generación (de 1996) consiguió tantos éxitos que la directiva de la empresa alemana no dudó en construir una secuela, pero con algunos cambios de real importancia. La segunda generación, de 2003, amplió la excelente imagen del benjamín germano, aumentando la deportividad y corrigiendo pequeños detalles estructurales.

Con cimientos de tal magnitud, el Cayman —desarrollado sobre el Boxster II— no podía fallar. El proceso para diseñarlo fue complejo, ya que debía brindar una imagen deportiva, sin opacar al magnánimo 911. Visto de frente, mantiene el ADN Porsche e iguala el estilo del 911, pero la sección trasera muestra un estilo diferente. El remate final del Cayman exhibe un diseño musculoso, imposible de realizar en el 911. Esto posee una respuesta simple: en el Cayman, el motor está en posición central (entre los asientos y el eje trasero), en cambio en su hermano mayor, el impulsor está «colgado» por detrás de los neumáticos trasero, con los cual la figura debe adaptarse a la estructura de la carrocería.

Una vez adentro, no se perciben mayores cambios con respecto al Boxster: tanto la butaca —perfectamente diseñada para centrar la espalda— como los relojes y luces testigo, son idénticos al modelo descapotable. Hablando de ellos, su diseño no tiene puntos a criticar. El tacómetro central describe las revoluciones por minuto en formato tradicional (analógico), en tanto que el equipo de audio, como el de la climatización cumplen con su función.

Otro detalle del interior es su espacio: al estar basado en el Boxster, el Cayman sólo dispone de dos plazas. Ello se ve traducido en el espacio disponible en el habitáculo, como también en los baúles. Posee dos, uno adelante (donde tradicionalmente está el motor) y otro por encima del motor (en la sección trasera). Queda por destacar la calidad interior: la unidad probada poseía asientos tapizados en cuero, detalles de aluminio y perfectos puntos de unión entre las piezas.

La unidad manejada, montaba el impulsor menos potente de la gama actual. Con 2.7 litros y seis cilindros (dispuestos en la clásica estructura boxer) expresa una potencia máxima de 245 CV. Un tanto perezoso en la sección baja del cuentavueltas, muestra su poderío por encima de las 4000 rpm. El ruido que genera tiene sus opiniones: al estar tan cercano a los pasajeros, el sonido emitido invade el habitáculo y ofrece una sinfonía, pero sólo para quien sepa escucharla. En cuanto a performances, el 2.7 lleva al Cayman hasta las 161 millas de velocidad máxima y obtiene las primeras 60 en 6.1 segundos.

El andar es sin dudas rudo, casi pesado, pero a su vez enérgico y muy divertido. En ciudad, la rigidez de los pedales incomoda, pero en autopista, es una delicia. Acompañado por un sistema (PASM) que modifica la dureza de los brazos de la suspensión, el Cayman pasa de un auto ciudadano a uno de competición, con tan sólo oprimir la tecla indicada. Esta tecnología es muy apreciada cuando se desean corromper los límites tanto legales como propios.

El Cayman ofrece sensaciones de un auténtico Porsche, a valores acotados (desde 55.000 dólares). Su único obstáculo es el propio 911, quién lo supera en casi 80 CV y 30.000 dólares. Algunos piensan que el Cayman es el 911 para pobres, no obstaste, la profesionalidad con la que han trabajado los ingenieros de Sttutgard crea un modelo paradigmático, que supera en performance y sensaciones a la escasa competencia (Nissan 350 Z y BMW Z4 Coupé) y muestra, quizás en cuotas, la inmensa deportividad de la marca alemana.